Hace apenas unos meses tuve la oportunidad de conocer de la mano de la ONG Arapaz los Campamentos de Refugiados Sirios en el Libano, concretamente en el Valle de Bekaa. Quise escribir algunas de mis sensaciones y de mis vivencias allí, sin embargo es ahora cuando siento que puedo plasmar en letras, parte de lo que viví. Mi objetivo allí era acompañar como voluntaria de la ONG la entrega de ayuda humanitaria junto con una organización de la contraparte local. Mi misión compartir junto con mi compañera Verónica y de la mano de la sabiduría de Agustín (a los que quiero agradecer el darme la oportunidad de poder compartir con ellos este regalo de experiencia) la situación de los campamentos de Refugiados en esta zona del Líbano, conocer como viven las personas forzadas a abandonar su casa por una guerra, con un futuro lleno de incertidumbre, en un país estratégico de oriente medio con una inestabilidad política más que conocida.
En estos meses han venido a mi mente muchas imágenes de lo vivido, la acogida por parte de las personas de los campamentos, por la ONG local, los agujeros de las bombardeos en los edificios de Beirut, los guardacostas Israelíes custodiando la costa Libanesa, la frontera Siria que acoge autobuses llenos de personas que vuelven a su “casa” pensando que aun estará en pie y que cuando llegan se encuentran con que su vida en su país ha sido usurpada y ocupada por otros, o que ha sido destruida , por una guerra que no entiende de encuentros, ni de personas, ni de futuros.
Vuelven a mi estas imágenes cuando aquí sentimos la punzada aguda de la incertidumbre, el desasosiego y la fragilidad de sentirnos vulnerables con la pandemia ocasionada por el COVID-19. Son tiempos difíciles, y así lo vivimos y lo sentimos, pero la dificultad de los que ya viven durante años tiempos difíciles, se acrecienta ahora y en el Libano justo en el Valle de Bekaa aparecían el pasado mes de abril los primeros cinco casos de COVID-19 en los campamentos de Refugiados, lo que ha originado un empeoramiento sustancial de las condiciones de vida de las personas que allí habitan.
Llegan a mi cabeza las palabras del Papa Francisco que pronunciaba en su mensaje del Domingo de Pascua Resurrección «El mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido», afirmando que «no es el tiempo de la indiferencia” . «Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas», manifestó. Y suplicó que se «reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados -muchos de ellos son niños-, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía».
Y en este mensaje de esperanza, de permanecer unidos sin ser indiferentes ,…aparece el reconfortar el corazón de personas refugiadas desplazas por la guerra, y aparecen rostros de niños que ya han nacido en campamentos de refugiados, niños que han huido de su casas e intentan reconstruir su infancia después de ser testigos de una violencia atroz, mujeres solas con vidas truncadas. Vidas que quieren ser capaces de volver a volar, a pesar de que les han cortado las alas.
Como olvidar las vidas de las mujeres que conocí en uno de los proyectos cuyo objetivo es empoderar las vidas quebradas por la guerra de un grupo de mujeres que han perdido a sus parejas y se encuentran con niños a su cargo y sin ningún recurso económico y escasas oportunidades de salir adelante. Son mujeres que ya no se reconocen frente al espejo, porque lo urgente ha desplazado al poder de su esencia, mujeres que han luchado por sacar adelante a sus hijos, que han atravesado montañas, que han soportado vejaciones de grupos armados y han pasado por acuerdos con las mafias…que han sido testigos de asesinatos brutales de su familia, con frecuencia grabados y expuestos en redes sociales…mujeres muchas de ellas con rencor en el corazón, con sed de venganza,…mujeres que construyeron una familia un hogar y que ya no queda nada de su vida, solo sobrevivir sin apenas atisbar lo que significa la palabra futuro, porque su futuro es “hoy”, el mañana está demasiado lejos…
Y en ese reconfortar corazones también llega a mi mente el momento compartido en una tienda con un señor y aunque a pesar de no recordar su nombre se quedó clavada en mi su lección de dignidad. Un escritor Sirio que nos recibió con un traje de chaqueta y sus zapatos bien limpios en un árido desierto de polvo…después de siete de años de vivir en una tienda hecha con plásticos y uralita pero manteniendo su dignidad, su calidad humana, su esencia, él era escritor y ahora no puede escribir “escribir significa sentirme libre y no puedo expresar lo que dicta mi corazón porque eso fue lo que me trajo a mi y a mi familia a un campamento de refugiados, expresar una opinión libre que a muchos no gustó” Y dentro de esa misma tienda nos narraba su vida, su historia y nos presentó a su hija que con 19 años tenia tres hijos y unos ojos muy tristes… ella quería estudiar, nos dijo, pero ya no va a poder ahora ya está casada, nos dice.
Y sigo pensando en esas palabras del Papa , en la dignidad de los pueblos, en el derecho de los seres humanos a ser felices, a vivir en paz y en la contribución que desde nuestro ser misioneros de MISEVI tal y como se recoge en documento de Vida en Misión nos sintamos impulsados a ser voz de los sin voz, a como laicas y laicos vicencianos “insertarnos en las estructuras sociales que procuran la justicia social, denuncian las injusticias y crean redes de inclusión y cambio sistémico”, que en este tiempo de dificultad de incertidumbre seamos capaces de mirar para adentro, encontrarnos con Dios y ser sus manos y sus sentidos para reconfortar corazones y sumar en la construcción de mujeres y hombres nuevos.
Trini Lacarra
Misevi Zaragoza
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