Cuando me pidieron que hablara en el Congreso Nacional de Laicos acerca de mi experiencia misionera no sabía cómo hacerlo, pues creo que mi tiempo en la misión fue fugaz. Además, pienso que hay gente que se expresa y llega mejor que yo. Lo mismo he sentido cuando me pidieron que escribiera este artículo por el mes misionero. Pero comenzaré desde el principio…
Soy Marcos, tengo 27 años y soy de Cádiz, y como dije en el congreso: «soy friki». ¿Qué es eso? Pues friki significa que soy raro, y ustedes se pensaran, “no ha dicho nada fuera de lo normal ¿por qué piensa que es raro? ¿Por ser de Cádiz?”. Pues bien, os contaré un poco mi vida para que lo comprendáis mejor.
Mi familia decidió irse de misiones en el año 1994, con lo que yo fui un misionero bastante prematuro (tenía un año aproximadamente), no soy consciente de este periodo, pero sé que trastocó mi vida. Tras un periodo de dos años allí, y con el nacimiento de mis hermanas entre medias, nos volvimos a España. Ya en Jerez, nació mi hermano y, seis años después, decidimos ser familia acogedora. Algo había estado rondando la cabeza de mis padres desde que volvimos de Bolivia y al fin nos lo plantearon como familia. Desde entonces han pasado algo más de 13 años, en los que hemos compartido vida con 16 personitas. Y entre medias, tras acabar bellas artes, decidí tener una experiencia en misiones. Así que con 25 años, Misevi me envió a Bolivia durante algo menos de dos meses. ¿Os parezco algo más friki ahora?
Y es que me pregunto ¿dónde está la normalidad? ¿Ser y estar es de gente normal? ¿Ir a Madrid a un congreso de laicos es lo normal?
No creo que exista la normalidad, cada uno es diferente al otro, pero por extraño que parezca Dios nos quiere a todos por igual. Esto es una frase que me repetí en el congreso de laicos, y es que también me siento un friki dentro de la Iglesia. En medio del congreso de laicos no entendía por qué había tantos religiosos y religiosas (¿no era de laicos?), en el congreso de laicos no entendía por qué los sitios más cercanos al altar estaban reservados a los religiosos (en masculino), en el congreso de laicos no entendí por qué no había familias enteras con sus hijos e hijas… entonces lo comprendí, estaba delante de mí y no me había dado ni cuenta, ¡el lema! Esa era la clave.
“PUEBLO DE DIOS EN SALIDA”. De repente todo dio la vuelta, las “autoridades” estaban más lejos de la salida, y yo era uno de los primeros en poder salir. Los hijos e hijas de muchos de los laicos allí presentes se habían quedado fuera, porque esa es su misión. Si es que ya lo dijo Jesús: “Los últimos serán los primeros y los primeros últimos”. Podría decir que esa fue la conclusión a la que llegué tras un fin de semana en el que compartí mi modo de vivir la fe, de ser y estar por y para los “últimos” de esta sociedad, por y para los que se quedaron fuera, por y para los que este mensaje no llega, por y para los demás.
El congreso terminó en febrero, y no he vuelto a tener noticias de él, el Covid ha tapado todo lo que allí se trabajó o eso parece, pues ¿cómo combinar una Iglesia en salida con el confinamiento? Y si todo hubiera seguido su curso con normalidad, ¿qué conclusiones hubieran llegado a llevarse a la práctica? ¿qué hubiera cambiado de la Iglesia? Tristemente no creo que mucho, pues esta es una institución mastodóntica que se mueve muy lenta. Y por ello que, desde mi corta experiencia (y mi frikidad), creo que el actuar depende de nosotros. Pues desde nuestro bautizo fuimos enviados, empezamos a formar parte de ese pueblo de Dios en salida, invitados a ser y estar allá donde no llega la gente “normal”.
Marcos Amador Outón
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