Artículo dedicado a la acción de Familia Vicenciana en Angola,
publicado por Enrique Bayo en la revista
Mundo Negro, número de octubre/2024
Fotografías de José Luis Silván Sen
Al lado de los más pobres y marginados
La Familia Vicenciana lleva adelante en Lobito diferentes proyectos e iniciativas escolares, sanitarias, formativas y caritativas que están suministrando vida a miles de personas en los barrios más marginales de esta ciudad costera de Angola. MUNDO NEGRO ha sido testigo.
Fue un inmenso regalo participar en la eucaristía junto a la Familia Vicenciana presente en Lobito. Me invitaron a presidir aquel banquete en la pequeña capilla comunitaria de las Hijas de la Caridad del barrio de Campão, muy cerquita de la casa de los Misioneros Seglares Vicencianos (MISEVI) en la que estuvimos alojados. Alrededor del altar estaban dos misioneras españolas, la Hna. Teresa Romero y Virginia Alfaro, cuatro jóvenes consagradas angoleñas y seis jovencísimas aspirantes a la vida consagrada, también angoleñas, que residen en una casa colindante a la comunidad de las hermanas. Fue una celebración alegre que estuvo animada por melodiosos cantos en lengua portuguesa.
Durante tres días disfrutamos visitando todos los lugares donde estas mujeres viven su misión y supimos que la fuerza para entregarse con entusiasmo y amor auténtico por los demás la obtienen de su fe en Jesucristo y de su encuentro diario con Él en el banquete de la eucaristía. Ellas realizan día a día la propuesta del papa Francisco en su mensaje para el Domund de vivir la Misión como «un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios».
Las pioneras
Aunque la presencia de las Hijas de la Caridad en Angola se remonta a 1996, fue en 1998, con la incorporación de seis hermanas españolas, cuando la congregación fundó las comunidades de Lobito y Bolombo, ambas en la provincia de Benguela. «Llamadas a servir a Jesucristo en la persona de los pobres y marginados, con un espíritu de humildad, sencillez y caridad», como reza el carisma vicenciano, las hermanas comenzaron a valorar las principales necesidades de la gente y abrieron un dispensario médico de atención primaria en el barrio de Kassai, uno de los más pobres de Lobito.
Cuando lo visitamos, el patio del centro sanitario estaba abarrotado por muchas madres y unos pocos padres con sus bebés en brazos. En medio de esa pequeña multitud se movían atareadas varias hermanas y aspirantes con quienes habíamos celebrado la eucaristía aquella mañana. La Hna. Lauriete Teresa Sindambo, una joven angoleña que compagina sus estudios de Enfermería con el trabajo en el dispensario, nos explicó que los miércoles están dedicados al programa nutricional para bebés. Desde el centro se hace el seguimiento de un centenar de niños y niñas divididos en dos grupos, de manera que cada miércoles unos 50 bebés pasan un reconocimiento médico, se vigila su peso y, cuando las circunstancias lo exigen, reciben leche en polvo y otros suplementos alimenticios.
El funcionamiento del dispensario, dirigido en la actualidad por la Hna. María José Valero, es posible gracias a 12 personas, entre sanitarios, técnicos de laboratorio y personal de servicio. El centro acoge una media de 40 consultas por día, dispone de un laboratorio para análisis clínicos básicos y tiene varios programas para el seguimiento de pacientes con epilepsia, hipertensión y diabetes. La consulta, los medicamentos y los análisis son de pago, pero como confiesa la Hna. Lauriete, «damos todo gratis cuando sabemos que las personas no pueden pagar».
Hogar para ancianos
Pegado al centro sanitario, las Hijas de la Caridad gestionan un hogar para ancianos. Al entrar, los residentes nos recibieron cantando en portugués: «Buenos días, buenos días, ¿cómo está? Yo estoy feliz por verle a usted aquí…». No será la primera vez que nos sorprendan con un recibimiento tan grato.
El centro es muy sencillo, apenas un gran patio central con varias salas comunes y las habitaciones dobles de los residentes alrededor. También aquí encontramos a una de las aspirantes de las hermanas en plena actividad. Con capacidad para 24 residentes, el hogar de ancianos está atendido por ocho personas, entre animadores, cocineras y el personal de la lavandería que, como nos dice la Hna. Lauriete, «está todos los días en movimiento».
Saludamos a Isabel, Albino, María, Eusebio, Antonio, Ana… Una señora supo que era sacerdote y me pidió que la bendijera, lo que hice con mucha alegría. Nos aseguraron que Eusebio era el más anciano del centro, pero nadie supo decirnos su edad con exactitud. Después del desayuno, los residentes tienen actividades ocupacionales como pintar o juegos didácticos con colores, figuras y fichas para evitar el deterioro cognitivo.
Cuando las hermanas llegaron a Lobito, el hogar ya existía y lo asumieron como propio. Ninguno de los residentes, pobres entre los pobres, puede contribuir económicamente, por lo que las Hijas de la Caridad asumen todos los gastos. «Lo hacemos con gusto –señala la Hna. Lauriete–, porque atender a estas personas vulnerables y abandonadas forma parte de nuestro carisma». La religiosa nos explica que casi todos los ancianos acogidos son originarios de las provincias de Huambo y Bié que llegaron a Lobito huyendo de la guerra. Cuando sus familiares regresaron se quedaron solos y «esta es ahora su casa».
Pedro y Vicente, los dos celadores del hogar, se turnan para pasar las noches con los ancianos y avisar en caso de que ocurra alguna incidencia. Los encontramos en una sala llenando bolsas de maíz ayudados por María de Fátima, una de las residentes a la que le gusta colaborar en todo lo que puede. Era el día del apoyo alimentario que las hermanas ofrecen a las familias más pobres del barrio de Kassai y estaban preparando los lotes de alimentos que iban a entregar. Al salir vimos un gran grupo de personas esperando el momento de la entrega.
Escuela
Las Hijas de la Caridad fundaron la escuela Inmaculado Corazón de María, también en el barrio de Kassai, en 2001. Es un oasis de limpieza y orden en el que 1.200 niños y niñas de entre 5 y 15 años cursan estudios de Primaria y Secundaria. Los alumnos estaban en plenos exámenes de fin de trimestre durante nuestra visita y la Hna. Ana Paula Matías, angoleña y directora del centro, nos explicó que esa era la razón del silencio que reinaba en la escuela, sin los habituales gritos y parloteos de los chiquillos y jóvenes.
El centro escolar cuenta con 56 profesores, incluida la directora, contratados por el Gobierno. Los 18 trabajadores restantes, entre personal administrativo y de servicios, dependen de las Hijas de la Caridad. El centro es uno de los mejores de Lobito y las familias con posibilidades buscan escolarizar a sus hijos en él, pero «nosotras damos la preferencia a niños y niñas procedentes de familias desestructuradas», afirma la Hna. Ana Paula.
En la actualidad, el 80 % de los alumnos de la escuela viven en Kassai, mientras que el resto vienen desde otros barrios periféricos de Lobito. La inmensa mayoría proceden de familias de renta muy baja, entre las cuales «alrededor del 60 % viven en situación de auténtica miseria», asegura la directora. Con mucho tiempo de antelación, la escuela elabora las listas de los niños del barrio que deberían comenzar su escolarización obligatoria, a veces incluso sin que los propios padres sean conscientes porque «algunos no se preocupan de la educación de sus hijos y tenemos que ir detrás de ellos para que sus hijos puedan estudiar», lamenta la directora. Primero son admitidos los niños y niñas procedentes del programa Omõla Wasandjuka,que gestiona MISEVI, mientras que para adjudicar el resto de plazas disponibles el centro está obligado a hacer una selección. «En Lobito faltan escuelas y la natalidad es muy alta, así que muchos niños y niñas se quedan sin colegio. Desgraciadamente no tenemos la capacidad para acoger a todos los que nos gustaría», concluye con pena la Hna. Ana Paula.
Infancia feliz
Hace siete años que MISEVI abrió una comunidad en Lobito, en el barrio de Campão, donde viven las Hijas de la Caridad, con las que colaboran estrechamente. Muy pronto pusieron en marcha dos programas: Omõla WasandjukayOndjango Yapongololi.
Omõla Wasandjuka, que significa ‘infancia feliz’ en lengua umbundu, es un programa de intervención familiar y comunitaria en tres barrios de Lobito cuya puerta de entrada son tres escuelas de preescolar donde estudian unos 180 niños y niñas de entre tres y cinco años. En Angola, solo el 11 % de la infancia tiene acceso a la educación preescolar, y la mayoría lo hace en centros privados que los más pobres no pueden permitirse. Omõla Wasandjuka es otra cosa. «Hay más demanda que espacio y posibilidades, así que valoramos el grado de necesidad de las familias. Seguimos, por ejemplo, el criterio del primogénito, dando preferencia a los primeros hijos de las familias porque normalmente están empezando y necesitan más ayuda», nos dice Virginia Alfaro, responsable principal del proyecto. Eso sí, continúa la misionera, «queremos que la familia se implique, y al inicio de nuestra relación firman un documento en el que se comprometen a ocuparse de sus hijos y a participar en las actividades formativas y logísticas de las escuelitas, como por ejemplo ayudando en la limpieza o en el servicio de comidas».
Visitar los tres centros del proyecto fue otro gran regalo de nuestra estancia en Lobito. Siempre éramos recibidos con los cantos alegres de los niños, todos uniformados con el samakaka, el tejido tradicional angoleño. La primera escuela a la que llegamos está en Cabaia, un lugar rodeado de salinas, fuente de ingresos para muchas familias del barrio; la segunda en A Feira, una antigua feria colonial portuguesa con piscinas, restaurantes y sala de baile que en su día acogió a unas 360 familias llegadas del interior del país que huían de la guerra y que siguen ahí esperando una nueva reubicación. La tercera se encuentra en Kassai.
Intervención familiar
Los niños de preescolar «adquieren conocimientos en lectura, escritura, cálculo y otras habilidades que les dan un impulso para afrontar en mejores condiciones la escuela primaria», asegura Natasha, profesora del proyecto Omõla Wasandjukaen A Feira. La joven estudió Pedagogía porque «siempre soñé trabajar con niños» y está encantada con su actividad. Imparte clases de preescolar por las mañanas y de refuerzo por las tardes, y un día por semana visita las escuelas donde estudian los niños y niñas del proyecto para hacer su seguimiento y asegurarse de que no tienen problemas.
Además de la formación, estos espacios educativos son «una herramienta para cuidar a los niños», dice Virginia Alfaro. Todos los días a las 10 de la mañana, los niños reciben una buena alimentación y a lo largo de la semana se cuidan otros aspectos de higiene y limpieza. Por ejemplo, los profesores controlan todos los jueves que los niños tienen las uñas limpias. En caso contrario, deben regresar a sus casas. Es otra manera de establecer puentes con las familias y hacerlas responsables de sus hijos.
A través de los niños, los laicos de MISEVI han podido acercarse a la realidad de muchas familias en los barrios para ofrecerles su apoyo. Entre otras intervenciones, han formado un grupo de empoderamiento con 48 mujeres de diferentes edades y estados sociales que se reúnen de miércoles a viernes por la tarde en A Feira. El día que fuimos a visitarlas también ellas nos sorprendieron con una canción de bienvenida en umbundu. Después estuvimos escuchándolas y pudimos darnos cuenta de que no es fácil ser mujer en aquellos barrios de Lobito, donde la cultura patriarcal sigue marcando el camino.
«Estamos aquí para aprender matemáticas, caligrafía, corte y confección, pastelería, ganchillo y también para hablar de nuestras cosas. Es importante que aprendamos a descubrir nuestros potenciales y capacidades para mejorar el estatus social de la mujer», dice muy convencida Josefa Lorena, delegada de la clase. Alfaro añade que el espíritu del grupo «no es el de una escuela a la que es preciso acudir todos los días. Las mujeres a veces están muy ocupadas por lo que sea y no pueden venir, pero cuando tienen voluntad y vienen, saben que siempre salen beneficiadas».
Jóvenes líderes
El otro gran proyecto de MISEVI en Lobito se llama Ondjango Yapongololi, que en español podría traducirse como «lugar de encuentro de los innovadores». Nació como un club de actividades de tiempo libre para los fines de semana y las vacaciones, pero a partir de 2019 se fue consolidando como centro para la formación de jóvenes líderes. Se introdujeron cursos de emprendimiento con ayudas en microcréditos, cursos de liderazgo y muchos otros: inglés, piano y canto, diseño, corte y confección, arte y cultura… Curiosamente, señala Virginia Alfaro, «durante la pandemia experimentamos un gran crecimiento porque mientras que los institutos y centros educativos permanecieron cerrados, el nuestro estaba abierto y muchos jóvenes pudieron conocernos». Los participantes en los diferentes cursos son estudiantes de varios institutos de Lobito con los que colaboran desde Ondjango Yapongololi. Al concluir su formación, algunos de esos jóvenes se integran en el centro como formadores de otros chicos y chicas.
Gracias a la generosidad de una familia, el proyecto dispone de una sede grande con diferentes salas, biblioteca, puestos de ordenadores y un espacio amplio para los diferentes talleres y trabajos manuales.
Una tarde, Virginia Alfaro organizó para nosotros un encuentro con una veintena de jóvenes formadores y pudimos conocer las diferentes áreas en las que trabajan. Comenzamos el encuentro con una oración: «Que sea consciente de que el liderazgo no es un cargo, sino una elección y que hoy elija liderar e influir positivamente en las vidas de los que me rodean. Que mis actitudes hablen más alto que mis palabras». A continuación escuchamos durante casi dos horas a Vitor, Samuel, Sandra, Débora, Josías, Francisco de Asís, Rafaela, Rita, Carlos y a muchos otros. Todos estaban llenos de entusiasmo y de agradecimiento a los misioneros de MISEVI que habían venido desde tan lejos para ayudarlos. Ardían en deseos de colaborar en la construcción de una Angola y de un mundo mejor. Fue una inyección de optimismo acercarnos a esta juventud africana pujante y emprendedora. Uno de ellos, Josías, señaló que «aquí formamos a jóvenes líderes para que ayuden a otros jóvenes a usar y potenciar sus competencias y habilidades para el bien común, líderes que orienten, pero también que sirvan y trabajen». Esos mismos tres verbos, orientar, servir y trabajar, pueden aplicarse perfectamente a la manera de vivir la Misión de las mujeres de la Familia Vicenciana presentes en Lobito.
Rafaela Borges, Líder juvenil
¿Cuál es tu rol en Ondjango Yapongololi?
Además de coordinar el área de inglés, me ocupo de las cuestiones ecológicas. Este grupo hace un trabajo espectacular y ya hemos organizados actividades como la limpieza de nuestras playas. No podemos formar jóvenes líderes sin una conciencia ecológica que tenga impacto en todo lo que lleven a cabo. Estoy contenta porque en Ondjango es posible pagar en plástico parte de la matrícula de los cursos, lo que ayuda a las personas a crecer en una mentalidad de reciclaje.
En 2020, cuando tenías 23 años, fundaste con otros jóvenes la ONG Ecoangola, ¿con qué objetivo?
Los cerca de 100 voluntarios de Ecoangola llevamos a cabo acciones de educación ambiental y de sensibilización sobre cuestiones ecológicas. Nuestro planeta está cada vez peor y necesitamos pensar en la sostenibilidad por el bien de las generaciones futuras. La sede central está en Luanda y yo soy responsable de Ecoangola en la provincia de Benguela. Entre otras iniciativas, animo todas las semanas talleres sobre ecología en el colegio Pim Pam Pum, en Lobito.
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