En momentos así una siente que la vida es tan efímera.
Permíteme, una vez más, a ti que me lees, que utilice una canción para compartirte desde adentro. Y, como no podía ser de otra forma, él: Manolo García. Las y los que me conocen saben que este señor es casi la banda sonora de mi vida.
Cruzan nubes grises. Por un cielo turbio y feroz. Esta tarde espesa. Acodado en este balcón.
Así fue, como una tormenta en Sevilla, sin avisar. Vinimos un viernes 13 de marzo del cole y nos pusimos en modo confinamiento. Nos azotaba una pandemia. Tocaba ver la vida desde la ventana, y asomarse, más de lo habitual, al balcón.
Una vez más tocaba vivir algo para lo que no estábamos preparadas (utilizo el femenino porque en mi casa somos dos más uno). En nuestra familia ya teníamos experiencia de esto. La vida nos ha puesto encrucijadas así, sin anestesia; pero sin duda, aunque la experiencia forje, no te exime de vivir y sentir momentos de angustia, de sentir, incluso, que no puedes más.
Los primeros días fueron duros porque a este caos había que sumar la lluvia de tareas, consejos, mensajes, clases telemáticas, reuniones on line, que llegaban a la velocidad de la luz. El planeta lloraba y a la sociedad le tocaba recomponerse a ritmo vertiginoso. Y en todo ello, nosotras, privilegiadas, porque todas las recomendaciones y consejos las íbamos viviendo con lo necesario y más, mucho más, a pesar de que lo que venía de fuera era sinsentido: este mundo rico, ante el miedo a quedarse sin nada, acapara insolidariamente sin pensar en el otro.
Caminábamos y el fogón del verano. Engullía nuestro asombro. Por obstinarnos en lo imposible.
El ser humano, y su instinto de protegerse sin mirar coste alguno. ¡Cuánto egoísmo! Pero, a pesar de eso, venía a la memoria de mi corazón la necesidad de esa “espiritualidad del ‘samaritano’ que nos conduce a renacer a la solidaridad ante la marginación, la injusticia, el abandono, la miseria, la exclusión social… Nos lleva a comprometernos solidariamente más allá de sentimientos mediáticos y nos motiva a crear en la sociedad mayor conciencia inclusiva con las personas que quedan más allá de los márgenes y las fronteras establecidas por la propia sociedad” (Documento Vida en Misión, nº5. Misevi España).
Y en medio de este sin sentido, siempre, música. Sigo cantando:
Como tú, necesito soles que giren para alumbrarme. Que hagan brillar lo bueno que pueda haber en el alma.
Traigo a mi memoria tantos nombres que han sido y están siendo generadores de vida.
Los que vivimos en Andalucía nos cuesta vivir sin el sol, porque nuestra vida y cultura gira siempre en torno a él. Ha sido, es, un regalo precioso sentir la presencia en casa de quién ha querido “estar” con nosotras. La presencia se palpa al despertar con un pensamiento, una imagen, un ¿has descansado?, o un simple buenos días en la pantalla de un móvil. Se regala en una mirada con sueño de Sara porque el despertador avisa de las clases telemáticas; en un amanecer sin o con nubes; en un torrente de vida, David, que después de una noche agotadora despierta haciéndose notar. Presencia es sentir el audio de mi madre dándonos los buenos días a mis hermanas y a mí, es sentir qué cerca estamos cuando somos capaces de abrazarnos sin tocarnos.
Porque sé que la fe es creer en algún dios, aunque no existan…
En caminar, aunque no brille tu estrella. Como tú, camino por esta tierra que pronto será yerma.
¡Vaya Cuaresma! Porque todo esto comenzó en plena Cuaresma.
Atípica, única, inolvidable; y es que cuando menos lo esperas, se hace presente. Siempre Él.
Celebrar así, sin más. En la soledad de casa. Sin más altar que una mesa donde se come o donde se trabaja, donde no hay más imágenes que las fotos de una vida compartida en familia o con amigos. Así he vivido la experiencia de sentirme comunidad, iglesia doméstica. Releer el libro de los Hechos de los Apóstoles, estos días, me recuerda que en los comienzos era así.
Regalo, redescubrir la esencia de lo sencillo, de reenamorarme de un Dios Padre/Madre que sale a mi encuentro, que me mima, me acoge, me abraza incondicionalmente sin necesitar de tanto accesorio. Y en la oración redescubrir la llamada y desde la oración volver a comprometerme en el cuidado de los unos y los otros.
Levedad. Somos levedad
Cruzan nubes grises. Trallazos que tapan tanta voz.
Pero sin dejar de ser portavoz de aquellos a quienes hemos quitado la voz. Cuando a los que tenemos todo se nos arrebata lo más básico: la salud, la vida; parece que se borran ciertos mapas. Como dice Pagola: “Estamos demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá»”.
Las necesidades aumentan pero también las diferencias de cómo vivimos. Acompañar la realidad de Angola, Bolivia; nos ha reactivado y una vez más, como Equipo, nos ha tocado reinventarnos y dar respuesta a lo importante y urgente. ¡Cuánta generosidad hemos vuelto a constatar! ¡Cuánta gente bonita, sensible a lo ajeno!
Y sigue la canción:
Nunca cesa la matraca de motores. Noche y día pasan coches atronando.
¡Qué complejo! Avanzan las semanas y el panorama político se torna demasiado ácido. Me preocupa.
En casa siempre nos ha gustado hablar de esto y de aquello. Educar invitando a ser libre, difícil en estos tiempos. Sara, con una madurez inapropiada a su edad, pregunta, se cuestiona. Ha crecido en un ambiente donde lo justo es que todas y todos podamos vivir con dignidad, donde lo que hay se comparte. Pero aun así, leyendo en estos días a Leonardo Boff cuando dice que: “Ha llegado la hora de cuestionar las virtudes del orden capitalista: la acumulación ilimitada, la competición, el individualismo, el consumismo, el despilfarro” una no puede dejar de cuestionarse: ¿cuánto de esto hay que necesite ser revisado en mi vida, en nuestra casa?
Conocer iniciativas de apoyo en lo más cercano me ha hecho comprometerme para dar respuesta a las necesidades más próximas. Iniciativas solidarias de apoyo vecinal, otro regalo de este tiempo.
Como para no caerse cuesta abajo. Cuesta abajo, caminábamos…
Y de nuevo, leyendo a L. Boff cuando dice que “las mujeres, como nunca en la historia, tienen una misión especial: ellas saben de la vida y del cuidado necesario”, me cuestiono: ¿será que nos toca ser protagonistas?
¡Qué verdad! Cuidar de la vida es sentir desde adentro, gestar en las entrañas, sentir juntos, dar vida, alimentar, cuidar, abrazar… todo ello acompañado de una mirada siempre atenta al crecimiento, que pasa por ver donde otros no ven, de predecir como si adivinadoras de futuro fuéramos. ¿Cómo dudar de la maternidad de Dios?
Tiempos que me están haciendo repensar mucho sobre qué Iglesia vivo y cómo vivo. Bucearme, en el silencio y en la música. Tiempos regalo para revisar y volver a ilusionarme. Me gustaría, como mujer, hacer una invitación especial a alzar la voz, a animar al compromiso, a ser agentes de pequeños procesos de cambio que entretejan nuevas formas de ser Iglesia.
Dice Victor Codina: “No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre/Madre.”
Desde ahí quiero seguir viviendo. Mi ser Misevi me invita a ser portadora de “esperanza para dejarnos cargar por la realidad de los crucificados de la historia” (Documento Vida en Misión” n.27) con los ojos bien abiertos ante quién pide ayuda y quién no, me insta a ser Iglesia abierta que acoge sin cuestionar (esa Iglesia “en salida” y acogedora a la que nos invita Francisco).
La sonrisa no entiende de tierra, raza o religión. Es innata a todo aquel que necesita regalar y regalarse. En estos tiempos en los que la mascarilla se ha convertido en un elemento imprescindible, hemos descubierto que se puede sonreír con la mirada.
Que no falte una sonrisa en la melodía de tu vida
Inma
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