En el año 2020, el Papa Francisco, reflexionaba sobre qué es para él la belleza cotidiana. Centrándose en la sonrisa, la belleza es la flor del corazón, es lo que nos brota espontáneamente, y nos invitaba a leer la oración de Santo Tomás Moro.
Vuelvo a leer la oración, y la primera frase resuena en mí es: Concédeme Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Aquí, en Lobito, Angola, la entonación cuando te saludan es muy significativa. Te dicen “Bom día”, con alegría y entusiasmo, celebrando así, el comienzo del día. Al principio, me preguntaba ¿Cómo tienen esa energía al saludar?, ¿por qué se alegran tanto?
Su manera de ver la vida y manejar su día a día en la adversidad a la que se ven sometidos/as, son capaces de, aun en estas circunstancias, no perder la capacidad de trasmitir entusiasmo.
Hay días, en los que estás más cansada o baja de ánimo, y simplemente saludas, pero sus respuestas se pueden considerar un canal de energía, para despertar y tomar el día con afán.
Volviendo a releer la primera frase citada de la oración, “Concédeme Señor, una buena digestión, y también algo que digerir” reflexiono sobre cómo la sonrisa de las personas empobrecidas no debería ser idealizada como algo positivo en sí mismo, sino más bien como un testimonio de la resiliencia humana frente a la adversidad.
Creo que en lugar de “romantizar” las sonrisas de los pobres, es fundamental trabajar para abordar las causas subyacentes de la pobreza y promover la igualdad de oportunidades para todos/as.
Es esencial practicar la empatía y la compasión hacia quienes están en situación de vulnerabilidad, no idealizando su sufrimiento.
Y me pregunto: nosotros y nosotras, ¿tenemos esa capacidad de resiliencia?
Isabel Muñoz Tello
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