«¡Ay, miserable de mí! ¡Cuán indigno soy
por mis pecados de ir a servir a Dios entre los pueblos…!»
-San Vicente de Paúl-
Me han pedido que recoja en un pequeño escrito la experiencia de mi paso por la Comunidad Misionera Vicenciana de Sacaba en Bolivia y, ahora, cuando me enfrento al papel en blanco, solamente y de forma insistente me viene al pensamiento una palabra que resumiría esta vivencia, GRACIAS.
Han pasado ya algunas semanas desde mi regreso y este tiempo me está sirviendo para integrar lo vivido, leerlo a la luz del Evangelio y darle proyección en mi vida diaria.
Cuando en el mes de julio partía hacia Bolivia, no puedo negar que junto a la inquietud, la alegría y la ilusión, me acompañaban otros sentimientos como algo de miedo a lo desconocido y a lo que, en tierras lejanas, me iba a enfrentar. Sin embargo esos temores, en cierto modo lógicos, se desvanecieron al momento de mi llegada gracias a la familiar acogida de toda la Comunidad Misionera y al cálido recibimiento de todos los que desarrollan y trabajan la Misión en los distintos proyectos. Y es que en Sacaba no se desarrolla un proyecto misionero, en Sacaba se vive la MISIÓN; se vive el Evangelio desde un amplio abanico de respuestas encaminadas a garantizar los derechos y el bienestar de los más vulnerables, luchando a diario por la promoción y la dignidad de mujeres, hombres, niños y jóvenes independientemente de su condición.
En la Comunidad Misionera de Sacaba el despertador suena temprano y a partir de ese momento se pone en marcha un engranaje humano que sale a diario a las «periferias existenciales» -en palabras del Papa Francisco- para llevar, a través de las obras, la luz del Evangelio a los más humildes y necesitados. Ha sido ahí, en ese contexto, en esa periferia, donde he podido acercarme a conocer la realidad misionera; ha sido aquí donde, en palabras de San Vicente de Paúl he podido «dejar obrar a nuestro Señor; es obra suya; y como él quiso comenzarla, estemos seguros de que la acabará, en la forma que le sea más agradable» «.…Tenga ánimos; confíe en nuestro Señor, que será nuestro primero y nuestro segundo en la empresa comenzada, a cuya propia tarea nos ha llamado».
Durante los primeros días conocí todos los proyectos que desarrollan: El Centro Médico Virgen de África; el Centro de Atención a la Mujer -CAM-; las visitas domiciliarias a mujeres en riesgo por violencia de género; los talleres que impulsan a la mujer a tener una economía propia; el Colegio de Educación Especial Sigamos; la Casa de Acogida de mujeres víctimas de violencia y sus hijos; las Promotoras; la granja, y todos los proyectos que en ella nacen; el Proyecto Terapéutico para Varones -PTV-; los talleres de cocina -Delipan-.
Tras esos primeros días dedicados a conocer todos estos proyectos, mis semanas de trabajo se organizaban entre el colegio de atención a niños y jóvenes discapacitados Sigamos y la Casa de acogida de mujeres víctimas de violencia y sus hijos. En ambos contextos pude conocer, además del trabajo que se desarrolla en estos centros, todas las respuestas que se ofrecen ante las distintas necesidades, situaciones y realidades de la vida diaria de sus usuarios; como, entre otros, la atención domiciliaria a los niños y jóvenes con discapacidad y sus familias, o el acompañamiento y ayuda a las mujeres víctimas de violencia en diversas gestiones burocráticas, judiciales u hospitalarias. Junto a este trabajo semanal, los domingos tuve el gran regalo de poder acompañar a los internos del Penal San Pedro de Sacaba en la celebración dominical, compartiendo con ellos el Pan y la Palabra.
Cuando uno está a gusto, cuando eres feliz, los días y semanas pasan muy rápido. Así me ha sucedido en la Comunidad Misionera Vicenciana de Sacaba y el final de la experiencia misionera llegó demasiado rápido con la sensación de que es mucho lo que se recibe y poco o nada lo que he podido aportar. He regresado mucho más rico de cuando partí, un regalazo una experiencia enriquecedora de vida que todos deberíamos tener.
Como expresaba al comienzo de este escrito, puedo resumir toda esta experiencia en una sola palabra, gratitud. Gratitud a MISEVI por permitirme asomarme a la misión y compartir vida y fe. Gratitud a los misioneros que en Bolivia desarrollan su vida entregada por el Evangelio. Misioneros que me han acercado a ese Jesús que camina junto a nosotros y que he podido reconocer en los rostros de tantas gentes durante este tiempo allí vivido. Gratitud a todas aquellas personas que pasaron por la Comunidad durante mi estancia y que me hicieron comprender que es en comunidad donde se desarrolla y crece la fe. Gratitud a todas y todos los que trabajan en los distintos proyectos y que con su ilusión diaria en el trabajo me llevan a reflexionar y entender el trabajo como camino de santificación.
Gratitud a todos los usuarios, a los niños y jóvenes del Centro de Educación Especial Sigamos y a las mujeres, jóvenes y niños de la Casa de Acogida, que me trasmitieron un cariño del cual no soy merecedor. Gracias también, como no, al Equipo de Coordinación de MISEVI en España, a mi tutora en MISEVI por el ánimo y el apoyo que me trasmitieron antes, durante y después de esta experiencia y que estoy seguro que con su compañía me van a seguir trasmitiendo; y por supuesto, y en primer lugar de toda esta lista de gratitudes, GRACIAS con mayúsculas a Dios por crear en mi esta inquietud por la misión y permitirme, a través de MISEVI poder realizarla.
Ahora, al poner un punto y seguido en esta experiencia misionera -pues espero continuarla- vuelvo a poner en manos de María esta inquietud y a ella, en sus distintas advocaciones, Señora del Amparo, Señora de Urkupiña, Señora de Guadalupe confío a todas las personas que Dios puso en mi camino durante este verano y a todas aquellas que me acompañaron y ayudaron a hacer realidad esta inquietud.
Rafa Carballo López
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