Experiencia de Ramón Cremades en Angola

Los nervios a flor de piel, ¿qué me voy a encontrar?, ¿seré capaz de comunicarme bien o adaptarme? Todo esto rondaba en mi cabeza en el avión con destino a Luanda. Se abrieron las puertas del avión y ya era consciente de donde estaba, ahora solo podía y era mi deseo, dejarme llevar por cada instante, ser y estar con cada persona que estuviera, y con esto dejar más que aparcar cualquier miedo o prejuicio, saber que no tienen ningún motivo de existir, deje cualquier piedra que tuviera en la mochila y me llene de ganas de sorprenderme y aprender.

Cuando llegué a Lobito, enviado por Misevi, desde el primer momento que salí a la calle junto a Nina sentía cómo sus calles me acogían con tanto amor y alegría. Y así pasó esa primera semana de adaptación y conocimiento, me acuerdo de que me veía con tantísimas personas que sería incapaz de llegar a aprenderme sus nombres, aprender esas palabras de “Umbundu”, y también que ellos me fueran conociendo mi nombre y quién era, a veces era padre Jesús, otras el mago, Rambo, Romeo, Ramiro, con todas me daba por aludido y conseguían sacarme una sonrisa.

Mi “día a día”, aunque no había ninguno igual, participaba en proyectos que Misevi desarrolla en Angola. Por las mañanas acudía a alguna de las “Escolinhas Omõla Wasandjuka” colaborando con los profesores en sus actividades con sus niños, de entre 3 a 5 años. Allí guardo gran cantidad de buenos momentos llevándolos al baño, ver sus juegos y lo inteligentes que son. Me encantaba ver que en esos momentos fuera cual fuera su situación familiar por unas horas son niños de verdad y el bien que les hacen a ellos y a sus familias, el trabajo que se realiza allí es muy admirable. Luego depende del día iba al asilo del “Lar” a hacer actividades físicas, o aprender los números, hacer manualidades. Allí fue donde aprendí más palabras de Umbundu y su cultura, tantísimas historias, pero sobre todo como se ayudan unos a ellos, la ilusión que les siguen corriendo en sus venas, era contagioso esa ternura, solo se me calaban en el corazón. Otros días iba realiza visitas a los enfermos casa por casa conociendo de primera mano los problemas, el modo suyo de entender la vida, la superación que tienen y la confianza en Dios para seguir luchando cada mañana, aquí me hacía más consciente de esa realidad tan diferente a la mía, pero no ajena.

También esas tardes con las mamás de la plaza en sus clases de alfabetización, las misas en la Feira los martes, el grupo de AA, las clases que como supe di a los profesores de Omõla o aquellas visitas a la cárcel. Fueron tantas vivencias y tantas personas que me volvieron a enseñar la vida, que por cierto conseguí aprenderme muchos de sus nombres. Con las semanas todo lo que vivía cobraba sentido al entender poco a poco su cultura.

En conclusión, es una experiencia necesaria y a la que invito a cualquiera, aunque se tenga miedo o dudas. Es verdad que muchas cosas que se viven sus difíciles de digerir, pero existe en el mismo mundo que pisamos y debemos tener esa sed de justicia y confianza en Dios, pilar fundamental para entender la vida. Angola ha sido ese dedo que, aunque creyera que no vivía en una burbuja te hace salir de ella y vivir con los pies de la tierra y siempre les estaré agradecido así como a Misevi, que ha posibilitado esta experiencia.

Excursión con las familias de AA a un parque infantil.

Ejercicio deportivo con jóvenes en las clases de fitness del proyecto de “Jóvenes Líderes”.