Cristina Aranguren es una mujer, laica, misionera y vicenciana, formada en Trabajo social en su ciudad natal, Pamplona. Desde el año 2015, enviada por Misevi al continente africano, primero a Mozambique y después a Angola, donde actualmente dinamiza el proyecto “Centro de Promoción Femenina” en la ciudad de Lobito, pudiendo conocer de cerca y compartir las preocupaciones, sueños y luchas diarias de las mujeres que se acercan a esta iniciativa.
- Cristina, has tenido la oportunidad de convivir varios años con mujeres africanas y más en concreto con mujeres angoleñas, con las que compartes el día a día. Nos gustaría que nos contaras a grandes rasgos cuál es la situación de la mujer en Angola.
Es verdad que he tenido la suerte de conocer la realidad que viven las mujeres en mi paso por Mozambique y actualmente en Angola. Aunque creo que todavía me queda mucho por aprender, en estos pocos años he podido ser testigo de la gran fortaleza de la mujer africana para seguir adelante ante cualquier situación, dentro de una realidad que poco o nada le favorece.
En Angola, aunque de los casi 30 millones de habitantes, la mitad sean mujeres (50,96%), la brecha de desigualdad de género es preocupante. Además de llevar el peso del trabajo doméstico y el cuidado familiar, el 84% de ellas (frente al 59% de los hombres) mantienen a la familia medíante el autoempleo, en trabajos vulnerables, generalmente dentro del mercado informal, sin coberturas ni seguros sociales. Es muy conocida la figura de las “zungueiras”, mujeres que cada día, llueva o haga sol, salen a las calles a vender su “negocio” que cargan en la cabeza, muchas de ellas,llevando también un bebé a la espalda atado con “pano” (paño o tela de origen africano). Son vendedoras ambulantes, cada vez más perseguidas por la legislación, que tratan de conseguir el alimento de ese día. Como ellas cientos de mujeres sobreviven con lo que ganan dentro de la economía sumergida: vendiendo, trabajando las salinas, limpiando y secando pescado, en servicio doméstico…
Desde la infancia, las niñas son enseñadas a realizar las tareas del hogar y a cuidar de sus hermanos más pequeños, preparándolas así en su papel “femenino”. Esta realidad ha hecho que muchas mujeres no tuvieran acceso a la escolarización o tuvieran que abandonar los estudios antes de tiempo para hacerse cargo de la familia. Aunque el número de mujeres que acceden a la educación ha ido aumentando en los últimos años, actualmente un 27% de las niñas menores de 15 años no están escolarizadas, frente al 5,1% de los varones.
- En la región en la que te encuentras la cultura predominante es la Umbundu. ¿Podrías compartirnos qué roles y qué funciones concede la cultura local a la mujer tanto en el ámbito social, económico y familiar?.
La cultura Umbundu es muy rica en tradiciones y valores. Uno de los pilares culturales es la familia, porque es la que da continuidad y permite la perpetuidad de los ancestros a través de la herencia del nombre. Dentro del sistema familiar cada uno tiene su rol marcado, y hombres y mujeres tienen diferentes funciones.
Estas familias, y la sociedad, se rigen de manera matrilineal, lo que se traduce en que la autoridad dentro de la familia no será ejercida por el padre, sino por el hermano mayor de la madre, que ejercerá como varón principal en la toma de decisiones. Consideran familia a los hermanos y hermanas de su madre, pero no a los de su padre. Los hijos que tenga una mujer, pertenecerán a su familia, pasando a ser hijos también de sus hermanas, que se harán cargo de ellos en caso de su fallecimiento.
Esta matrilinealidad, al contrario de lo que podríamos pensar, no significa empoderamiento de las mujeres. La realización de las mujeres depende de su desempeño de esos papeles. La mujer debe honrar a la familia, aceptando el matrimonio que su familia negocie, dignificando el nombre de su esposo, siendo fértil y preocupándose con la gestión del hogar.
Este papel otorgado a la mujer, junto con la aceptación social de la poligamia, ha dado lugar a que actualmente nos encontremos muchos hogares formados por mujeres solas a cargo de hijos propios, sobrinos o nietos, que tiene que sacar adelante, sin que el padre o la familia de él apoyen económicamente.
Todos los momentos vitales están regulados por la cultura: en el matrimonio tradicional la familia del marido negocia con los tíos de la mujer la pedida de mano, y será la familia del marido quien evalúe a la recién casada sus dotes culinarias; cuando nace un nuevo miembro en la familia, el padre es el que puede escoger el nombre de los cuatro primeros hijos que tenga su mujer y será la familia del marido quien decide cuánto tiempo una mujer tiene que quedarse en casa de reposo después de dar a luz; si la mujer ha dado a luz a gemelos, siempre será honrada dentro de su familia porque ha traído honra; cuando una mujer queda viuda, la familia del marido le marcará cuánto tiempo durará el luto,…
Las generaciones más jóvenes, criadas en ambiente urbano, con acceso a diferentes servicios, se van distanciando un poco de la tradición, pero todavía la cultura y la familia tienen una gran influencia en su toma de decisiones.
- ¿Qué desafíos crees que enfrentan las mujeres en la Angola de hoy? ¿Son ellas plenamente conscientes de los hitos que les presenta la realidad? ¿Qué papel juegan los hombres en los cambios sociales para que se den mejoras en el ámbito de la igualdad y equidad?.
Uno de los mayores desafíos que creo que las mujeres actualmente enfrentan en Angola, es el de la violencia de género. Antes de la ley contra la violencia doméstica de 2011, ni siquiera se consideraba un delito. En el año 2017 se denunciaron en Angola 6.097 casos de violencia doméstica, y eso es solamente la punta del iceberg. El problema es que la violencia contra la mujer está normalizada en la sociedad angolana, y son pocas las vías que las víctimas encuentran para buscar ayuda y apoyo. Muchas de ellas no denuncian, porque se entiende que es un problema que tiene que quedarse en la esfera de la intimidad familiar, y que la mujer tiene que aguantar, lo justifican o piensan que la mujer se lo merece, porque tiene que ser sumisa al hombre.
Es necesario un cambio de mentalidad que se traduzca en cambios a nivel social y político, y para eso es imprescindible también involucrar a los hombres. No es un problema de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto. La mujer es el motor de la economía y de la familia en Angola, pero tiene escasa participación a nivel civil y político. Y hasta que la presencia de la mujer en los órganos decisorios y gubernamentales sea igualitaria, las políticas públicas estarán controladas por hombres. Mientras tanto hay que ir dando pasos a nivel micro para conseguir cambios a nivel macro.
- Desde la perspectiva del cambio sistémico, base pastoral vicenciana, ¿Cuál crees que es el aporte fundamental que Misevi en Lobito está realizando para reducir el sufrimiento social en la mujer?.
Desde que llegamos a Lobito en 2016, hemos tratado de acercarnos a la realidad de sufrimiento y de lucha esperanzada de muchas mujeres de los tres barrios en los que actualmente trabajamos. Tuvimos el privilegio de poder hacerlo de la mano del movimiento “Promoción de la Mujer Angolana en la Iglesia Católica” (PROMAICA), pudiendo visitar y entrar la mayoría de casas de los barrios. Esta oportunidad nos ayudó a empezar a entender cómo y dónde podíamos trabajar.
El mayor aporte que creo que llevamos a cabo es que ellas puedan experimentar que es posible otra manera de vivir. A través de la formación que reciben, las intervenciones y la mediación en conflictos familiares, ver que hay quien se preocupa con su bienestar y su futuro, la reducción de la violencia familiar, la mejora de la salud familiar, el acceso a recursos públicos, la participación civil… Son pequeños cambios, que van creando redes de apoyo y poco a poco irán cambiando conceptos y estructuras.
- A nivel personal, te queremos preguntar por ti, mujer y misionera. ¿Qué han aportado las mujeres angoleñas a tu ser, a tu identidad misionera, laica y vicenciana?
Siento un regalo poder compartir todos los días con ellas, y ser testigo de como a pesar de todo nunca pierden la sonrisa y la alegría, mantienen las ganas de salir adelante y esperanza de que todo puede ser mejor. Admiro su fortaleza para enfrentar los problemas y aprendo de ellas la confianza en Dios, que todo lo puede hacer posible.
- Y para ir terminando, cuéntanos un poquito sobre la realidad eclesial. ¿Qué papel juega la mujer (laica o religiosa) en la Iglesia Angoleña?
Lo poco que he podido conocer, puedo afirmar que la Iglesia Católica en Angola está viva porque ellas mantienen vivas las comunidades locales. Las mujeres son las transmisoras de la fe, una fe que viven de manera intensa y les lleva a participar casi diariamente de la vida eclesial.
Tristemente, dentro de la Iglesia se perpetúa el papel secundario que tienen en la sociedad, por lo tanto, la mayoría de los puestos de liderazgo son ocupados por hombres, aunque son una minoría en la vida comunitaria.
- Por último, te pedimos que nos cuentes, muy brevemente una historia de vida, una persona y sus circunstancias, que nos ayude a todos los que leemos esta entrevista a entender mejor la realidad de la mujer umbundu en Lobito.
Justina. 40 años. Durante la guerra perdió a su familia. Fue acogida por una hermana de su madre, que la crió y la trajo a la ciudad desde el interior, donde la guerra era más dura. No terminó de estudiar porque al venir a la ciudad tuvo que cuidar de sus primos más pequeños. Casada antes de los 20 años. Actualmente se hace cargo de 7 hijos propios, 2 hijos de su marido con otras mujeres, y un sobrino (hijo de una prima que ya falleció). Su marido se fue a trabajar a otra ciudad, allí se junto a otra mujer, venía cada cierto tiempo a visitarla y le daba algo de dinero, pero enfermó y volvió a casa a que su esposa le cuidase. Como él se gasta el dinero en bebida y en sus otras esposas, ella tiene que sustentar a la familia. Por la mañana va a trabajar una salina, cuando termina va a “zungar” (vender) los dulces que ha preparado la noche anterior, y el resto del día lo pasa en el mercado vendiendo productos de limpieza que ha comprado en un almacén. Cuando vuelve a casa, si su marido ha bebido, se pone agresivo justificando que ella ha hecho algo mal, quizás echar poca sal a la comida o planchar mal la camisa, ella aguanta callada porque si le dice algo le pega más fuerte. Justina no se va de casa porque es el padre de sus hijos y le debe respeto, y no tendría donde ir. Han tenido varios encuentros con la familia de su marido, pero lo que le dicen es que el problema ahora es suyo porque se casaron. Todos los días encuentra un tiempo y viene a estudiar al aula que tenemos en el mercado, porque quiere aprender a firmar para poder tener documento de identidad y poder registrar a sus 10 hijos
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