Me llamo Victoria, tengo 38 años y soy misionera laica vicenciana en MISEVI desde hace muchos años. Estoy casada y acabamos de ser padres de Dante, ¡un cambio brutal y maravilloso en nuestras vidas!. Me dedico, como abogada y trabajadora social, a la protección de personas con diversidad funcional, víctimas de abuso o en situación de vulnerabilidad.
Ya en mi adolescencia soñaba con poder “sentir y vivir” algún día esa fuerza y esa pasión con la que oía hablar a otros misioneros que por aquél tiempo me parecían héroes y heroínas que estaban cambiando el mundo; hoy sé que los misioneros somos sólo hombres y mujeres normales, que desde pequeñas y grandes acciones con compromiso y empeño trabajamos porque este mundo sea un lugar donde todos podamos vivir con dignidad.
He tenido la suerte de “salir” y descubrir otras realidades, algunas cerca dentro de España y otras más lejos en India, Bolivia o Angola, pero sin duda sé que conocer y compartir con otras personas con diferentes culturas y realidades muy distintas son los que me han llevado a enamorarme de esta forma de vida.
Este mes misionero se me hace más complejo vivirlo con intensidad, porque Dante de dos meses de vida requiere mucho tiempo y por el COVID19 que nos tiene a todos viviendo estos momentos con metros de separación, en grupos máximos de 6 y una incertidumbre constante. Aun así, busco momentos y encuentros (aunque sea online), porque como dice una amiga misionera “No hay que tener tiempo, hay que ENCONTRARLO”.
MISEVI me ha pedido que hable de cómo han vivido este tiempo las personas con diversidad funcional con las que trabajo y agradezco enormemente la oportunidad de ser su altavoz. La COVID no sabe de discriminación y puede enfermar a cualquiera, pero cómo lo hemos vivido, ha sido y es desigual.
Terapias que son fundamentales suspendidas, pruebas diagnósticas de atención temprana con demoras de 8 meses, actividades ocupacionales y centros de atención diaria cerrados han dejado a miles de personas en sus casas o residencias, no solo confinados como estábamos todos, sino condenados a retroceder en sus capacidades y sus procesos vitales. Tampoco ha sido fácil explicarles a muchos la situación y hablar de un virus que no se ve como la causa de no poder ver a sus familias, muchos pensaron que “algo malo habían hecho” y la tristeza y la incomprensión era habitual. Los abusos a estas personas de especial vulnerabilidad, casi siempre se detectan por terceros que ven indicios, o son contados a profesionales pidiendo ayuda para escapar de sus agresores; el confinamiento y la suspensión de servicios ha sido un hándicap que tapa aún más esta realidad. La nueva normalidad también les ha seguido tratando desigual, la convivencia de grupos muy grandes y diversos (diferentes edades, diferentes patologías, diferente riesgo a la exposición del virus), hacía necesario mantener mayor precaución y las normativas han pasado por priorizar la salud frente a poder restablecer actividades, formaciones, ocio, itinerarios de inserción laboral… mientras el resto de la sociedad volvíamos al trabajo presencial, las cafeterías y el gimnasio, las personas con diversidad funcional veían desde la tele botellones en las playas y las “no fiestas” , mientras a ellos se les seguía pidiendo paciencia y mantenerse aislados. Sólo el cariño y buen hacer de profesionales y voluntarios que han sabido adaptarse a la situación y ofrecer alternativas creativas han podido “paliar” ésta situación en la medida de sus posibilidades.
Así en España… imagino que en Bolivia o Angola las personas con diversidad funcional que conocí no han tenido tanta suerte.
Cerca o lejos, allá donde estás y se cual sea tu momento vital siempre hay tiempo que espera ser Encontrado para vivir una vida misionera.
Victoria Ledesma – MISEVI OCTUBRE 2020
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