Iniciamos este artículo en unos tiempos inciertos donde la pandemia generada por el COVID19 nos obliga a no poder compartir en la cercanía con las personas privadas de libertad, aunque nunca dejando de tenerlas presentes. El pasado jueves 24 de septiembre día de Ntra. Sra. de la Merced, el trabajo realizado desde la Iglesia Diocesana de Aragón en las cárceles se vio premiado con la “medalla de plata al mérito Social” de Instituciones Penitenciarias. En este reconocimiento está premiada la labor callada y muchas veces invisibilizada de la Iglesia y de sus miembros, que siguiendo los valores del Evangelio y el carisma vicenciano se encuentran trabajando en las cárceles “porque estuve preso y vinisteis a visitarme…”.
“En la cárcel, el encuentro” viene a ratificar el poder y la fuerza que el Espíritu de Jesús da a cada persona para conseguir transformar su vida, llegar a encontrarse consigo mismo, con Dios y con los demás.
Compartiendo con las personas presas se encuentran desde hace más de 25 años miembros de MISEVI en Zaragoza, donde su actuación de forma conjunta y coordinada tanto con la Delegación Episcopal de Pastoral Penitenciaria como con las capellanías y las organizaciones como Caritas, está apostando por acompañar, procesos y confiar en la profunda capacidad del ser humano para volver a renacer y convertirse en hombre y mujeres nuevos capaces de escribir de nuevo su historia.
Desde esta confianza plena en la capacidad de ser humano y en la misericordia de Dios el Papa explicaba recientemente a los presos que “no existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios”. Y añadía una invitación a toda la comunidad cristiana “Las cárceles y sus presos son una oportunidad para que el cristiano pueda dar lo mejor de sí mismo y vivir esa obra de misericordia”.
Vivamos esta obra de misericordia desde la espiritualidad de un encuentro sincero con la persona privada de libertad, desde el convencimiento que los encuentros con la mirada limpia sanan las heridas e infunden esperanza al corazón. Agradeciendo la oportunidad de poder acompañar procesos, de llevar nuestro testimonio a las prisiones y de acoger con calidez a cada una de las personas que se encuentra en un entorno tan frio como es la prisión.
Tomemos conciencia del dolor y la soledad en la que viven nuestros hermanos y también de las causas que les han llevado a esta situación. Descubriremos que, en el origen del delito, se encuentra con frecuencia a una víctima de una estructura social injusta y desigual.
Como comunidad cristiana estamos llamados a trabajar por la justicia, y a estar presentes en aquellas realidades donde la persona es más vulnerable, porque allí es donde se encuentran los elegidos de Dios.
Hoy nos sentimos orgullosas de este reconocimiento, pero también sabedoras de que la necesidad es mucha y los obreros pocos, en una realidad que como la penitenciaria se encuentra tan visibilizada.
Agradecidas porque Dios ha puesto en nuestro camino el trabajo en las cárceles para que seamos caricia y testimonio de su presencia en medio de las personas privadas de libertad.
Montserrat Rescalvo, Elena Sancho y Trini Lacarra
Comentarios recientes