Mónica Villar comparte con nosotros su experiencia participando en la 42º Semana de Estudios Vicencianos: Presencia de la FamVin en la Cultura.
Estar presente en un lugar siempre ha sido sinónimo para mí de algo físico, salvo cuando rezo, porque entonces, siento que me encuentro en ese lugar que no se puede ver ni tampoco se puede tocar porque es un lugar donde sólo se puede sentir.
Y mira por donde, desde el Centro de Espiritualidad de Salamanca, he viajado al continente digital y mi concepto de “estar presente” ha cambiado. Resulta que ya había estado antes allí pero sólo de turista, a sacar una foto o a ver alguno de los muchos monumentos y obras de arte que hay en este continente. En esta semana, he aprendido mucho sobre las lenguas que se usan allí, sobre los diferentes paisajes que puedo ver en el… Pero lo más importante que me han enseñado, es que es un lugar lleno de habitantes a los que amar y con los que compartir la certeza, de que Dios, al igual que a mí, también les ama a todos ellos.
He tenido la suerte de ser invitada a este viaje por mi Familia Espiritual: la Familia Vicenciana. Gracias a ellos, he vivido las emociones propias de momentos compartidos por personas que sienten que por sus venas y arterias corre el mismo Espíritu. Durante estos días, miembros de la Congregación de la Misión, Compañía de las Hijas de la Caridad, AIC, SSVP, AMM y MISEVI, hemos caminado con humildad, reconociendo haber nacido analógicos pero con la seguridad de haber utilizado, perfeccionado y desarrollado las capacidades propias de la inteligencia espiritual. Me he encontrado con personas muy semejantes pero a la vez muy diferentes. Eso sí, con siglos de experiencia en esto que llaman diálogo intercultural.
Ahora de vuelta a casa, siento que he aprendido escuchando, leyendo, escribiendo, cantando, grabando, viendo vídeos y cuadros, enviando tuits y rezando. En estos días, también ha habido tiempo para comprar y regalar libros, pasear, ver los penaltis del mundial, traducir documentos, tomarse algo en una terraza, intercambiar números de teléfono y un montón de abrazos… en definitiva para convivir.
Y en esta convivencia, como siempre, mis queridos miembros de la Familia Vicenciana, me han vuelto a permitir, confiarles esos sueños, que seguro que entre todos, al estilo de San Vicente y Santa Luisa, convertiremos en proyectos misioneros.
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