A lo largo de estos años hemos descubierto que, como asociación eclesial, debemos ahondar en nuestra espiritualidad laical, que debe ser, además, misionera y vicenciana, para que sea la base de la cotidianeidad de nuestro ser y nuestro hacer misionero. Estamos convencidos que nuestra adhesión a Cristo, nuestra fe, es el centro y motor de la vida misionera. Nuestro fundamento laico, misionero y vicenciano es lo que da sentido a nuestro vivir. Esta espiritualidad es lo que hace distinta la opción por la Misión a la del voluntariado o la cooperación.
Por otra parte, descubrimos que la tarea misionera es muy amplia, continuamente recibimos llamadas de nuevos sectores de pastoral y de nuevos campos geográficos. Por ello, debemos asumir los criterios que nos ayuden a trabajar encarnados con los pobres, clarificando así nuestra identidad vicenciana, pues “nuestra vocación no es ir a una parroquia, ni siquiera a una diócesis, sino por toda la tierra” (San Vicente).
Deseamos vivir y permanecer en la misión como laicos, en comunión eclesial desde la Familia Vicenciana. Queremos sentirnos miembros enviados por esta familia y aportar nuestra vitalidad a la renovación del carisma.