Estos días el Evangelio Mt 18, 3 resuena en mi cabeza más que nunca «si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos», un texto que siempre me pareció un tanto ingenuo, un recuerdo de una infancia idílica, algo con lo que mostrar el valor de los más pequeños, pero que no pasaba de una buena intención. Sin embargo, este evangelio, en la realidad que vivimos resuena en mi cabeza con gran estruendo.
Mira, fíjate, aprende, transfórmate y sé como ellos, en mi caso como ellas. ¡Cuántas lecciones nos están dando nuestras hijas e hijos! Más allá del personal médico y sanitario, los grandes héroes de este nuevo escenario son ellas y ellos.
Y no dejo de sorprenderme por todo lo que mis hijas me están enseñando. Lo primero, su capacidad de adaptación ¿Cuánto tiempo han necesitado para asumir lo nuevos ritmos vitales? Nada ¿Cuántas veces se han revelado contra la situación? Ninguna ¿Cuántas veces las he visto temerosas o asustadas? Cero ¿En qué ocasiones las veo pedir que esto termine cuanto antes? Jamás.
Son increíbles, están felices porque ahora tienen permiso para levantarse cuando quieran; siempre dispuestas a realizar las tareas que les mandan desde el cole: «Ahora la profe es Mamá y el profe Papá»; entusiasmadas con la idea de hacer un pastel o unas galletas; contentísimas porque ahora comemos y cenamos juntos todos los días; locas cuando llaman a sus abuelos, sus tíos, primas, o amigas; encantadas de hacer un circuito de ejercicio por la tarde o cuando hacemos «cine» en el salón; y por supuesto, son las primeras que están en la ventana a las 8 de la tarde. Todo aderezado con momentos únicos de sintonía y de paz, como cuando sale el sol y nos tumbamos para que nos den los rayos que entran por una ventana. Entonces, no se cansan de repetir «¡Qué a gusto se está aquí!», con una gran sonrisa, y una mirada de felicidad absoluta.
Señor, ¡Quiero ser como ellas! Ayúdame a convertirme en un niño, pero no solo hoy si no para siempre, para que pueda disfrutar de cada instante, da igual la circunstancia; para que sepa volcarme con las personas y las cosas; para que entienda el mundo con los ojos de la inocencia y el corazón; para que la imaginación rellene con belleza los huecos feos de la realidad; para que sepa sentarme junto a Ti a escuchar las bellas historias que me tienes reservadas; y, que confíe en Ti como ellas lo hacen en nosotros.
Ser en realidad hijo y sentirTe realmente Padre. ¡Qué gran lección Señor!
Israel Peralta, Misevi.
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