David Martínez, fisioterapeuta, defiende su teoría de que el dolor no es malo sino que forma parte de la vida y hay que aprender a vivir con él. Creció en la Fe gracias a Juventudes Marianas Vicencianas. Descubre su vocación misionera en La Linea de la Concepcion, Cádiz, trabajando con menores inmigrantes. Desde entonces vive su ser en la Iglesia dentro de Misevi, actualmente como miembro del equipo coordinador. Lleva más de diez años trabajando junto a personas dependientes mejorando su calidad de vida. Su día a día está repleto de cuatro cosillas…
- David, nos gustaría que nos describieras a grandes rasgos cuál es la realidad de nuestros mayores, de las personas de la Tercera Edad en la sociedad española.
Como en cualquier otro ámbito hay varias realidades, pero cabe destacar que el elemento diferenciador son los apoyos humanos que nuestros mayores puedan tener, la familia sobre todo. A grandes rasgos, la persona mayor puede pasar sus últimos años en un centro residencial o en la casa, pudiendo ser ésta última la suya propia o la de algún familiar. Ningún sitio es mejor o peor que otro, pero cada uno tiene sus particularidades. No se está mejor cuidado “médicamente” que en una residencia para personas mayores y no se está mejor “socialmente” que en tu propia casa rodeado de los tuyos.
El tipo de familia va a definir mucho cómo van a ser los últimos años de vida de la persona. Así no es lo mismo tener un hijo único que haber tenido 5 o más, o no haber tenido ninguno y encontrarse sola. El género de la familia directa también incide, todavía desgraciadamente en España seguimos dejando los cuidados de los padres a hermanas, cuñadas y esposas, o de una tercera, que la mayoría de las veces es extranjera. Y por último, cómo no, el poder adquisitivo de las familias, las personas mayores tienen ingresos y, a veces, lo que se ha ganado durante su vida laboral activa hay que utilizarlo para sustentar a hijos, nueras, nietos… dejando a un lado sus propias necesidades.
- Las últimas estadísticas nos indican que el saldo demográfico vegetativo es negativo, ya que actualmente en España se producen 28 muertes más que nacimientos cada año, lo que significa que la población se contrae y está sufriendo un proceso de envejecimiento. Existe un 20% de personas mayores de 65 años. ¿Qué significa esto en términos de presente y futuro para nuestra sociedad?
Bueno, lo positivo es que cada año los españoles tenemos que sustentar 27 pensiones menos (risas. Dejando las bromas a un lado, los datos demográficos son demoledores, estamos yendo a la pérdida de población y no me he parado a ver una proyección de estos datos a 2050 o 2100, pero tampoco se si quiero verla…
Pienso que el principal problema es económico, si cada vez nos independizamos más tarde y la seguridad laboral no acompaña, las personas en edad fértil nos lo pensamos más de una vez a la hora de procrear, al final apuramos tanto que la edad, aún siendo fértil, no es la más adecuada y puede que no tengamos hijos o que sólo podamos tener uno.
Está claro que si esto no cambia los jóvenes del futuro no podrán sustentar este estado “del bienestar” y, una de dos, o las políticas hacen favorecer la natalidad o hacen favorecer la inmigración, y viendo como el dinero de las “arcas del Estado” cada vez es más precario yo me inclinaría por lo segundo.
- Hablemos en clave positiva, ¿qué desafíos nos marca esta realidad a la sociedad, a las familias y, en concreto, a los vicencianos?
Las familias debemos sufrir un retroceso en cuanto a la atención de nuestros mayores. El hecho de tener posibilidad de cuidados integrales en centros residenciales no debe significar el desentendimiento familiar. Hemos pasado de atender a nuestros padres en nuestras casas, modelo familiar magnífico en la educación de los hijos, a una dejadez de responsabilidades y aumento de exigencias a terceros en los cuidados que lógicamente incide en la persona mayor. No estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, me refiero a que aprovechemos los recursos de nuestra sociedad sintiéndonos parte fundamental en sus cuidados; gimnasia en la playa, pilates, senderismo, cine, teatro, unidades de estancia diurna… la oferta es grande, pero no dejemos en manos de las instituciones la tutela.
Como vicencianos, blanco y en botella, si la pérdida de las capacidades físicas, las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria, a fin de cuentas, la pérdida de la independencia es una pobreza, con el peligro de que vaya unido a la pérdida de la dignidad… pobres entre los pobres. Además, como bien has indicado en la pregunta anterior, va en aumento. Los vicencianos no podemos mantenernos al margen.
Y no voy a dejar pasar la ocasión para recalcar nuestro compromiso y obligación de propiciar un cambio en la mentalidad que, parece en España, está proliferando de fobia a la inmigración. Hay que trabajar para que la inmigración empiece a dejar de ser un problema para que empiece a ser una solución.
- Los españoles, que viven de media 83,5 años, tienen una esperanza de vida muy alta comparada con la del resto de los ciudadanos del mundo. ¿Crees que esta media tan alta se corresponde con un nivel igualmente alto de calidad de vida?
Me encanta que me hagas esta pregunta, y si yo te preguntase ¿qué es calidad de vida para ti? Seguro que tu respuesta es diferente a la de un adolescente, un niño o una persona mayor. La persona ha de ser feliz y para ello debe aceptar sus limitaciones, como me dijo hace poco una residente donde trabajo “mi enfermedad es una caricia de Dios”. Lo que podamos hablar de más, es pura bioética; atar a un anciano para que no se levante de la silla por miedo a una caída, alimentar por sonda a una persona en estado vegetativo, sobremedicar a un enfermo de alzheimer agresivo… profesionales y expertos en el tema te darán motivos de peso a favor y en contra.
Dicho esto, mi opinión después de más de 10 años trabajando con la Tercera Edad es que la felicidad es directamente proporcional a la independencia, cuanto más dependiente se hace una persona más infeliz es, porque vamos perdiendo dignidad, dignidad que sólo podemos recuperar empoderando a la persona sobre su propia vida. De esto se olvida algún que otro centro residencial y alguna que otra familia que queremos ver a nuestro mayor sentadito, limpio y callado.
- Tú, que conoces bien la realidad de la Tercera Edad, ¿cuáles son las políticas públicas que deberían cambiar para mejorar la calidad de vida de nuestros mayores?
Pues te va a sorprender mi respuesta pero yo diría que ninguna. Nuestra maravillosa Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, más conocida como la Ley de la Dependencia, es bastante buena y podríamos buscarle el detalle negativo pero, a groso modo, es muy completa, demasiado diría yo, el problema es que no se ejecuta como se debiera por falta de recursos económicos, gente que se mantiene en espera de un tratamiento, mayores esperando una resolución en su casa, he visto a familiares teniendo que firmar que no van a hacerse cargo de su padre para acortar tiempos… en definitiva tenemos una gran Ley imposible de ejecutar.
- Y por último, una pregunta sobre tu experiencia vital, ¿qué te aporta como persona, como misionero y como vicenciano, trabajar cada día con personas mayores?
Cuando quise ser fisioterapeuta pensaba en el deporte, pero cuando empecé a trabajar con la dependencia me enganché. Veía como fruto de mi trabajo que una persona andaba después de meses y pensaba ¿qué puede haber más gratificante? Pues sí, lo hay, una conversación con el que no tiene a nadie para charlar, un brazo para sacar a alguien a la calle que hace semanas que no lo hace, hacer reír a una persona que se levanta y se acuesta con dolores, y, sobre todo, acompañarla en su muerte. ¿Qué me aportan?: risas, consejos, abrazos, canciones, bailes, una partida de parchís, una caricia, un “qué guapo estás hoy”, esfuerzo, valentía, paciencia… cuando regreso a casa me siento más vivo…
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