Me llamo Mar Álamo y vengo desde Cantabria (España). Esta e la 2ª vez que vengo a Bolivia con Misevi.
He tenido a gran suerte de poder acercarme a la realidad de los proyectos que la Comunidad misionera está llevando a cabo y tengo que agradecer a todos su cercanía y apoyo.
Este verano he colaborado con el CAM. ¡Casi nada! No se trata de una organización social más. En primer lugar, son un grupo de personas que saben muy bien lo que tienen entre manos, saben lo delicado que puede llegar a ser su trabajo y de ese puntito de más que se deben exigir como cristianos y cristianas ante personas que atraviesan momentos difíciles en sus vidas. No es un trabajo más, ni es fácil. Sus sentimientos también se remueven. Sufren cuando hay que sufrir y también saben disfrutar cuando hay motivo para ello.
Lo más importante, sin lo cual esta labor sería imposible, es que son un equipo y están preparados y preparadas.
Durante el tiempo que he participado de su compañía, de sus reuniones, de sus pensamientos en voz alta, de sus nuevos proyectos (Promotoras, PTV), me he sentido integrada y con ganas de no defraudar.
Este grupo humano es especial pues deben ser tan generosas como para ayudar a pesar de los reveses, sin esperar agradecimientos.
Son el único apoyo, en la mayoría de las ocasiones, para estas mujeres maltratadas que viven en la casa.
Por ello, éstas se entregan confiadas a pesar de su pasado y se dejan ayudar; porque la acción sale del alma. No son un caso más, ni ellas, ni sus hijitos/as.
El CAM, como institución viva que es, amplía horizontes, se extiende y da lugar al Proyecto Terapéutico de Varones. Las mujeres que han recibido violencia lo demandan porque el objetivo es solucionar problemas y no agrandarlos. Reconducir conductas, pararse a hablar con y cada persona que necesita ser escuchada y no penalizada. En definitiva, reconstruir relaciones deterioradas.
Y como no, la labor de sembrar en las futuras generaciones la importancia del respeto y la intransigencia ante la violencia de género. Para ello se están llevando a cabo talleres en diferentes colegios de Sacaba.
El CAM que he descubierto en este viaje es mucho más que una casa de acogida. Crece como la hiedra y la sociedad lo necesita.
En estos momentos se está perfilando el proyecto de las Promotoras. Poco a poco se va haciendo realidad.
Las propias mujeres que han vivido en sus propias carnes la violencia son las que saldrán al encuentro de aquellas que no saben de sus derechos o, sabiéndolos, no saben a dónde acudir. Con empatía, sensibilidad y respeto se acercarán a los lugares donde contactar con esas personas para poderles ayudar, orientar y acompañar.
En este proyecto, del que se están dando los últimos retoques, fue donde pude contactar directamente con algunas mujeres de acogida. Ellas son las protagonistas de la labor que se realiza en el CAM.
Me permito la libertad de transcribir algunas de las palabras de ellas que en el poco o mucho tiempo que llevan aquí nos han regalado.
Recién llegada:
“Al principio, cuando he llegado, sí he tenido un poco de miedo porque pensaba que no iba a cumplir con mis expectativas, aunque sí conocía de este tipo de hogares de ayuda a las mujeres.
Hasta ahora me siento muy cómoda porque me están ayudando psicológicamente y también me están ayudando con el Centro Infantil para mis tres hijas. Ellas tienen un techo, no les falta comida y están muy bien cuidadas. También me están ayudando a mí en el aspecto personal.
En estos días he estado haciéndome a la casa. Sé también que hay otras mujeres con distintos problemas. He estado tratando de generar convivencia con alguna de ellas.
Mi idea es progresar y salir rápido para dar lugar y espacio a otras personas que tienen los mismos problemas que yo”.
Lleva ya un tiempito:
“La vez que llegué al CAM mi sentimiento era de temor. Me sentía sola, desesperada. No tenía a dónde ir y esto de estar en una casa de acogida y empezar de nuevo era una oportunidad.
Después de un tiempecito en la casa me he dado cuenta de que no todo era como pensaba antes. Mi pensamiento cambió. Yo, ahora, puedo salir de la casa, me han enseñado y me han dado buenas oportunidades con el Maquiswan. Ahora, con eso es con lo que me sale el dinero”.
Una semana en la casa de acogida:
“Me sentí bien al llegar a un lugar que es distinto a otro, digamos, que me podían brindar apoyo y ayuda.
Esperaba que me ayuden a salir adelante a pesar de los problemas que llegué a tener y poder volver a empezar.
Las personas que lo administran y que hay en el CAM me hicieron sentir más tranquila. En su manera de relacionarse con las personas que llegan les hace sentir más confiadas, como en una familia. Y eso es bueno”.
Doy gracias a Dios por haber conocido a este grupo de personas que se han atravesado en mi camino y han dejado huella para siempre, que me han enseñado a valorar lo verdaderamente importante de la vida.
Hasta siempre.
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