La noche del día 23 iba a ser la noche más larga de la historia. A las 21:10 de la noche salía nuestro vuelo hacia Cochabamba, Bolivia. 12 horas de vuelo que terminarían con un aterrizaje suave a las 4:30 de la madrugada. Los trámites de migración en el aeropuerto y la recogida de maletas fueron los trámites que calentaron los motores para poder abrazar con alegría a Germán, Juanlu y al Padre Diego Pla que estaban esperando en el aeropuerto para llevarnos a Sacaba, lugar donde reside la comunidad de misioneros laicos vicentinos que habíamos ido a visitar.
Germán Sánchez, Delmy Ruth Lanza, Juan Luis Moreno y Ángela Chicharro son los cuatro misioneros, que antaño en JMV y hoy en Misevi, realizan en Sacaba una labor callada pero eficaz de construcción del Reino insertos en la pastoral social de la parroquia de san Pedro. El Padre Richard, el actual párroco, nos recibía nada más llegar a Sacaba, en el sencillo despacho parroquial. A pesar del cansancio típico de un viaje tan largo, escuchábamos con atención todas y cada una de sus palabras. Con conocimiento de pastor que sabe bien quiénes son sus ovejas, nos fue poniendo al día de la labor de la parroquia en todos sus aspectos, desde el litúrgico al catequético, haciendo especial hincapié en el área en donde los misioneros se encuentran más implicados, la pastoral social. Las visitas que teníamos programadas para los días siguientes nos fueron abriendo los ojos a una realidad tan desconcertante como apasionante.
El primer proyecto de los misioneros que conocimos fue el programa Imaynalla Kasanki, que se realiza en la misma casa donde viven. Presentados por Ángela, la coordinadora del proyecto, estuvimos charlando con doña Vicky y Charito, las dos educadoras que en turnos de mañana y tarde atienden a cerca de 30 chiquitos y les apoyan en sus tareas escolares, procurando así que adquieran una capacitación que les promocione en la sociedad a través del estudio. Una tarea que es más que un trabajo remunerado, es una vocación de servicio que nace de su experiencia de encuentro con Cristo, y así nos lo iban relatando las dos mujeres que, aún de edad distinta, comparten la misma pasión. Visitar la casa de tres hermanos que asisten al programa es comprender la necesidad del mismo. Ver dónde y cómo viven, conocer su familia y sus antecedentes familiares, es saber que el programa ha hecho opción por los más pobres entre los pobres, fieles a esa máxima tan vicenciana que nos inclina a estar siempre del lado de los más débiles.
El segundo programa de la pastoral social que conocimos fue la pastoral penitenciaria. Con Juanlu, el misionero encargado de este área, y con Margot, “la hermanita” (como la llamaban los internos) alma máter de la pastoral tras la salida de Ana López, nos dirigimos al penal de san Pedro, muy cerquita de la plaza central del pueblo y de la parroquia que lleva el mismo nombre. Ideado para albergar a un máximo de 50 personas, el penal acoge ahora a una población que ronda los 250 internos, la mayoría hombres aunque también hay algunas mujeres (dicen que por eso igual no es una cárcel muy conflictiva). En un cuartito del primer piso, estuvimos hablando con tres internos que nos fueron contando el día a día de la prisión, desde que amanece hasta que apagan las luces. No es fácil la vida dentro, y lo que destacan todos los que allí han de pasar sus días (muchas veces sin saber cuántos) es que se sienten tratados como personas, con delicadeza y comprensión, por todos los “hermanitos” de la pastoral penitenciaria, que siempre les tienden una mano, que siempre están con el oído atento, que siempre miran por sus necesidades… Otro programa y otra presencia que se antoja necesaria y tremendamente vicenciana.
El tercer programa que visitamos fue el Centro San Pedro, la guardería de la parroquia, una guardería que se ha ido ganando un hueco entre la sociedad sacabeña y ahora es hasta buscada por los trabajadores de la Alcaldía. Pero ellos, siguiendo la máxima vicenciana de trabajar por los más pobres, siempre miran a quién acogen en sus demandadas aulas, y siempre son los más pobres del pueblo. Acompañados por María Valverde, la coordinadora del “San Pedro”, fuimos visitando aula a aula, desde los pequeñitos de un año hasta los más mayorcitos de 6, los fuimos conociendo y viendo trabajar en unas aulas modestas que arrastran varias necesidades pero suficientes para el servicio que prestan. No hay duda de que trabajar por la infancia es la mejor manera de preparar un país diferente, y allí se está empezando a gestar una nueva Sacaba, quién sabe si una nueva Bolivia. Un niño con infancia robada es un país sin futuro, un niño feliz tiene por delante todas las posibilidades del mundo para hacer grandes cosas en la vida. El “San Pedro” y sus trabajadores se encargan con todas sus fuerzas de que así sea, aún en medio de los apuros económicos, que no faltan y que con detalle conocimos.
El programa de la visita seguía presentándonos todos los proyectos de la pastoral social, y en cuarto lugar visitamos el CAM. Lo conocíamos sobre el papel porque desde noviembre del año pasado era el que más nos preocupaba: la financiación del gobierno de Luxemburgo había fallado y los apuros económicos para seguir con la obra eran grandes, gigantescos. Pero igual de gigantesca era la fe de Germán, el misionero coordinador del proyecto Centro de Atención a la Mujer. La sociedad boliviana, más en la zona rural, es tremendamente machista, y violenta sobre la mujer. Palizas y abusos de todo tipo forman parte de la rutina diaria de muchas mujeres en aquellas tierras. Cuando ya parece que no hay esperanza, el CAM las vuelve a abrir para estas mujeres destrozadas, y las víctimas inocentes y silenciosas: sus hijos.
Los trabajadores del CAM nos fueron presentando el proyecto: cómo se acoge a la mujer y se le devuelve la dignidad batallando en varios frentes: el psicológico, el legal, el terapéutico, el laboral, el asistencial… Pues parte integrante del CAM es la cooperativa de comidas Deli Pan (que sirve comidas a domicilio a toda la ciudad y en el local a quien se acerca con la familia a comer), la granja avícola San Vicente de Paúl (recientemente ampliada en 2.000 gallinas ponederas para que haga su contribución económica a los gastos globales del CAM) o el Centro Infantil, encargado de acoger durante el día a los niños de estas mujeres. Patricia, la coordinadora de este Centro Infantil, nos preparó con los niños un hermoso baile regional para darnos la bienvenida. Viendo el campo de trabajo al que apunta el CAM en todos sus proyectos, hay que seguir rogando a Dios para que un programa así nunca más se tenga que dar, pero que se mantenga mientras exista la necesidad.
El último de los programas que visitamos fue el Centro Sigamos. Si los misioneros de Misevi trabajan entre los más pobres de Sacaba, el Centro Sigamos es el que se dedica a los más pobres de entre los pobres, pues si la pobreza es una enorme desventaja en este mundo, tener discapacidad y ser pobre es mayor desventaja aún. El Centro Sigamos precisamente trata de integrar a niños o jóvenes con discapacidad. Visitamos el Centro y acudimos con Carmen, la fisioterapeuta, a tres visitas a domicilio para los masajes y atención cariñosa a Lucho, Sergio y Delma. Ver sus caras, cómo respondían al cariño, con qué dulzura Carmen movía sus miembros agarrotados y deformes… Uno ve a Dios en acción y siente que todo tiene sentido, que todo está bien, que todo es necesario. Una sola fisioterapeuta, y te das cuenta que son necesarias más. Un solo educador, y te das cuenta que son necesarios más… Y así hasta que esas necesidades tengan su respuesta.
Tuvimos también varios placeres inesperados, pues los misioneros nos pidieron impartir talleres de formación a los distintos equipos de los programas sociales de la parroquia. A los trabajadores del Sigamos, del san Pedro y del Centro Infantil les hablamos un día sobre el catequista y el acompañamiento. A los padres de los tres centros infantiles reunidos les hablamos de la importancia de la familia, a los trabajadores del CAM les hablamos del trabajo en equipo y a todos los trabajadores de los programas reunidos les hablamos sobre las virtudes cardinales, especialmente la de la justicia, muy reconocida en la virtud de sensibilidad ante las pobrezas de JMV.
La tarde del primer sábado en Bolivia la dedicamos, los misioneros y nosotros, a un retiro espiritual sobre la misericordia, culminando con la celebración de la eucaristía en la sencilla y acogedora capilla de la comunidad. Dos viernes estuvimos allí y dos viernes que nos hicimos presentes también en lo que la catequesis parroquial organizaba: un viacrucis con niños el primer viernes, otro con los jóvenes de los institutos el segundo viernes. Recorrer las calles de Sacaba de estación en estación con la cruz de Cristo fue otra experiencia grabada no sólo en la retina sino especialmente en el corazón.
Y el tiempo pasa rápido, y con las visitas al Cristo de la Concordia, la imagen de Cristo más grande del mundo, y al santuario de la Virgen de Urkupiña, dimos por terminada la visita a esta comunidad especial de misioneros laicos vicentinos. Aún quedaba el vuelo de vuelta, que hicimos casi en silencio, no sólo porque era de noche y procurábamos dormir sino porque cada uno de nosotros, como la Virgen María, iba meditando en el corazón aquello que había vivido y experimentado, de tal manera que ni el ojo se olvide y el corazón siempre recuerde aquello que Dios puso en nuestras vidas como bendición.
El 8 de marzo a las 2 de la tarde poníamos el pie de vuelta en Barajas, pero algo de nuestro corazón se ha quedado para siempre en aquella ciudad de Sacaba y con aquellos misioneros de la Comunidad. Que Dios los bendiga a todos.
Escrito por Sor Isabel Higueras (HC) y P. José Francisco Orozco (CM)
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